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MADRUGÓN:

Suena el despertador a las 5:30 a.m. No he dormido todo lo bien que debería, afortunadamente he dejado todo preparado el día anterior y no tengo que pensar mucho: como algo, voy al baño, cojo las cosas y salgo de casa.

PREPARATIVOS:

Llego al área de transición antes del amanecer. Hace frío, esta nublado y hay mucho viento. La atmósfera esta llena de nerviosismo, lo cual me activa; se me ha pasado el sueño. Me dirijo a mi box, revisando mentalmente mi lista de equipo.

Coloco mi bicicleta en el soporte, asegurándome de que está estable y con la relación de marchas adecuada. Reviso la presión de los neumáticos una última vez. Coloco mi casco sobre el manillar y las gafas de sol en el interior del casco para un acceso rápido. Debajo, mis zapatillas de ciclismo con los calcetines enrollados en su interior para ponérmelos rápidamente; los polvos de talco son un gran aliado. En la parte de atrás, coloco mis zapatillas de correr (más polvos de talco), junto a una visera y algún gel energético. Por último, Me fijo en las últimas referencias de la ubicación en el box para no desorientarme en las transiciones.

Para la natación, me pongo el traje de neopreno, junto a mi gorro y gafas. Me aseguro de que todo está en su lugar, revisando cada detalle para minimizar cualquier contratiempo. Una vez satisfecho con mis preparativos, me tomo un momento para repasar mentalmente TODA la carrera, respirando profundamente para calmar los nervios.

NATACIÓN:

Al escuchar el bocinazo de salida, me lanzo al agua con determinación. El mar está picado y hay muchos triatletas a mi alrededor; recibo codazos y patadas sin parar, y se hace peor al acercarme a la primera boya. Recibo un manotazo en la cara que me mueve las gafas y me entra agua; no veo nada. Nado de espaldas un tiempo y, mientras me impulso con los pies, me coloco las gafas con las manos. He perdido algo de tiempo, pero a partir de la primera boya el grupo se estira y ya tengo más espacio para nadar. Las olas rompen sobre mí, dificultando la respiración; trago agua varias veces. Me concentro en cada brazada y nadar lo mejor posible y eso me ayuda a mantener la calma y regular la respiración. La bravura del mar ha creado mucho caos; todo el mundo está desperdigado y no encuentro un grupito bueno en el que refugiarme. Sigo concentrado en el gesto de natación, usando las cresta de las olas para sacar la cabeza y orientarme, y llegar lo mejor posible a la orilla.

T1:

Al salir del agua, corro hacia la T1, sintiendo el alivio de dejar atrás el oleaje. Mientras corro hacia mi bicicleta, comienzo a quitarme el traje de neopreno, tarea complicada por el cansancio acumulado en los brazos. Tengo claro donde está mi bici y circulo por el área de transición sin vacilar hasta mi lugar. Con movimientos precisos, termino de quitarme el traje. Lo primero es ponerme la dorsal y luego el casco bien ajustado junto con las gafas. A partir de ahí me pongo los calcetines y las zapatillas de ciclismo. Tomo la bicicleta y corro hacia la línea de montaje. La transición ha sido rápida y eficiente, he recuperado algo del tiempo perdido en el agua y eso me anima un poco.

CICLISMO:

En los primeros kilómetros del recorrido de ciclismo fijo el ritmo y empiezo a comer y beber para recuperar el desgaste de la natación. Al alcanzar el kilómetro 30, una tormenta repentina se desata. La lluvia torrencial dificulta la visibilidad, y el viento lateral me empuja hacia los bordes de la carretera. Ajusto mi postura lo mejor que puedo y me concentro en sacar los vatios, sin pasarme pero sin quedarme corto. A pesar de la adversidad, mi cuerpo responde bien, y a cada kilómetro siento que la cabeza me acompaña. Algunas bicis me pasan como rayos, pero yo voy a lo mío: “ya los pasaré cuando exploten”, me digo a mí mismo. Me pasa una ambulancia con las sirenas sonando a todo trapo; más adelante me la vuelvo a encontrar atendiendo a un triatleta que se ha dado guarrazo con la bici; tiene pinta fea. Me asusto un poco y decido asegurar en las bajadas, no está el día para florituras con la carretera mojada y el viento racheado. Las bajadas y las curvas las hago lentas y recuperando mucho así que decido meter unos pocos vatios más en las subidas para compensar. Muy pendiente de mi nutrición, tomando pequeños sorbos de agua y sales regularmente, y comiendo para mantener mis fuerzas; llego al km 180 con algo más de tiempo perdido pero con buenas piernas y mejor cabeza “todavía queda MUCHO”.

T2:

Llego a la segunda transición. Bajo de la bicicleta antes de la línea de desmontaje y corro hacia mi estación dirigiendo la bici agarrada por el sillín. Al llegar, la coloco en el soporte y rápidamente me quito el casco y las zapatillas de ciclismo. Me calzo las zapatillas de correr, ajustando la lengüeta con cuidado; no quiero rozaduras. Me pongo la visera para protegerme del sol, que ya empieza a asomar entre las nubes. Salgo de la transición sintiéndome preparado para el tramo final.

CARRERA A PIE:

La carrera a pie es el verdadero desafío. Comienzo a correr con un ritmo conservador, 4:30-4:35min/km, esperando que mi cuerpo se aclimate y metiendo algo de nutrición. A los diez kilómetros, el sol en todo lo alto, empieza a pegar fuerte. La humedad hace de cada respiración un esfuerzo, y mis músculos comienzan a mostrar signos de calambres.

Decido meter algo más de hidratación y nutrición, tomando pequeños sorbos de agua y electrolitos en cada avituallamiento y geles energéticos a intervalos regulares. Esto me ayuda a mantener un ritmo constante y evita que los calambres se intensifiquen. Cada paso es una batalla contra el agotamiento, pero cada paso también me acerca más a la línea de meta.

En el km 28 mis piernas se vuelven de plomo, y cada músculo en mi cuerpo pide rendirse; el calor y la humedad son asfixiantes y las fuerzas me abandonan. Es entonces cuando veo a mi familia y amigos animándome, sus voces y su entusiasmo me dan un último impulso: “14Km a 4:30min/km es un paseo para mí, lo he hecho tropecientas veces”, no paro de repetírmelo. Los kilómetros se suceden y cada vez estoy más cerca del final. Ignorando la fatiga, consigo un buen ritmo en el tramo final.

Por fin, la línea de meta aparece ante mis ojos y hago un último esfuerzo por arañar unos segundos más al crono, apretando con todo lo que puedo. Cruzo la línea de meta en 9h35’, vomito, desfallezco y me tienen que ayudar a salir. Con todas las circunstancias, he conseguido no solo terminar, sino también lograr mi mejor tiempo en larga distancia. Ahora solo queda esperar a ver que han hecho los demás, pero con la tranquilidad de saber que el trabajo está hecho.

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